El segundo amanecer del viaje, también en carpa, no fue como
el primero. La poderosa cercanía del mar cambiaba las circunstancias. Las diferencias que más sentí fueron la leve tensión muscular debido al frío y
la distensión pulmonar debido a lo mismo. El aire frío del mar cargado de pureza
me ensanchaba los bronquiolos. Tenía por delante un tercer día consecutivo de
ruta sin tener aún decidido dónde pasar la noche. Joya.
Las posibilidades eran en principio dos: acampar en Punta
Arenas, una inmensa área de médanos alejada de las zonas habitadas que se veía
en el mapa a mitad de camino, o llegar a Mar del Plata para que comenzara la
segunda parte del viaje, ya no en solitario sino en compañía de los amigos de siempre. Desayuné y partí. A esta altura, si bien estaba en temporada baja, ya algunos autos
pasaban. No había un viento como el día anterior pero igual por tramos había
que gambetearlos.
¡Qué lindo volver a armar, amarrar y arrancar! Subirme a la
moto así cargada y manejar fuera de un pueblo o ciudad es despegar. En la ruta
la gravedad es otra, uno surca el espacio entre distintas realidades, aunque
sea realmente en ese espacio, donde la realidad se manifieste.
Una tras otra iba pasando las ciudades balnearias, las de
más al norte, hasta que después de un rato llegué a la entrada de Punta Arenas,
la parte sur del Cabo San Antonio, digamos la parte de abajo de la parte más salida de la provincia.
La parte norte era Punta Rasa. Era un camino zigzagueante entre bosques y
médanos. Encaré para el faro, pero después de varias vueltas llegué a una
tranquera cerrada con el típico cartelito y sus prohibiciones. Dejé la moto con
todo y salí a caminar un buen rato por los médanos en dirección al mar. Qué bueno…
|
Faro de Punta Arenas |
|
La libertad de los médanos |
Pero no era el lugar para quedarme a dormir, en realidad me dieron
ganas de llegar a Mar del Plata donde me esperaba el puchero materno y una
excursión nocturna a la Laguna de los Padres con un amigo de aquellos. Mandé los
mensajitos pertinentes para arreglar estas cuestiones y volví a la ruta.
A la altura de Villa Gesell tuve que parar a ponerme el
equipo de lluvia. Si bien había sol el aire era muy frío y con la velocidad
atravesaba mis barreras abrigatorias. Aproveché para
sentarme en el pasto a lastrar unos ammenities. Bah, los que más se
aprovecharon fueron los abrojos, que se aferraban a mi ropa y a mi carne
rompiéndome los kinotos. Tuve que aprender a gambetearlos también, cosas del camino.
Desde hace mucho tiempo quiero conocer el Faro Querandí, y nunca
fui. Según el mapa iba a pasar a unos 15 km del mismo, así que después de Villa
Gesell que termina la zona urbana estiraba cada tanto el
cogote a ver si lo divisaba. Tiempo después, cuando menos me lo esperaba, lo ví.
En perspectiva se veía pequeño por la lejanía, pero yo lo veía inmenso, solo en
las infinitas soledades de los médanos y el océano. Parecía que miraba un
partido de tenis, porque la cabeza iba de la ruta al faro ida y vuelta, ida y
vuelta. Cuando llegué a una entrada de tierra con un cartel de madera anunciando
“Faro Querandí” comenzó la lucha interna entre desviarme y entrar a una nueva aventura o seguir con mi plan, pero así y todo mi muñeca derecha no participó de esta discusión y no le aflojó al acelerador.
|
Laguna de Mar Chiquita |
Al rato apareció la Laguna de Mar Chiquita, una laguna de
agua salada dentro del continente. Después ya volvió la zona urbana. Santa
Clara con sus muchos recuerdos y el último tramo de la 11 que tantas veces he
recorrido, para terminar manejando, con la moto toda cargada y yo con pinta de
extraterrestre, por las callesitas de Mardel. ¡Un flá! Ya en la casa de mi mamá
desarmé todo, charlé un rato con ella y me fui al sobre, metiéndome con placer
entre las sábanas, liberándome de tantos kilómetros.
Fue una noche inolvidable, donde volví a comprobar que los momentos intensos de la vida merecen ser compartidos. Una segunda etapa del viaje comenzaba.
CONTINUARA…
muy bueno lo tuyo, chango.
ResponderEliminarsaludos desde ....bastante lejos