martes, 13 de agosto de 2013

Provincia de Buenos Aires parte I

Más allá de todas las travesías realizadas sobre la Morocha, tengo pendiente aún muchos destinos. Como debe de quedar claro al leer las líneas que conforman este blog, mis ganas de viajar y vivir aventuras son inagotables, por lo que cada vez que consigo días libres para salir a la ruta, la única cuestión es decidir qué rumbo tomar. Para mis últimas vacaciones, de entre todos los recorridos deseados hubo uno que fue respaldado por dos motivos distintos resultando así ser el elegido. Por un lado, siempre tuve curiosidad por recorrer mi provincia, un territorio más grande en algunos casos o casi del mismo tamaño en otros que muchos países europeos. La Pampa Húmeda, tierra de gauchos, pulperías y tolderías en otros tiempos, con mucha más diversidad de paisajes y lugares de interés que lo imaginado, me seducía. Y por otro lado, pese a los viajes que coleccionaron mis pupilas a través del visor del casco a lo largo y ancho de dos años, y pese a la diversidad de rutas mordidas por las ruedas de la Morocha surcando tantos lugares maravillosos y poco conocidos de este país, aún nunca un viaje había comenzado y terminado en el garage de mi casa, ya que al poseer una moto que no desarrolla gran velocidad final y de no disponer nunca de tiempo ilimitado para vivir los caminos que se abrían ante mí, para la ida, la vuelta, o ambas, he llegado a contratar un camión para mandar la moto y tomarme un micro o un avión para llegar rápidamente a destino. Por eso, comenzar y terminar un viaje largo en moto desde y hasta mi casa era una asignatura pendiente, ya que de algún modo sentía que sólo así iba a ser una travesía completa.
Para este viaje planeé también un tour fotográfico con la idea de consolidar un material sobre el que ya venía trabajando: "Paisajes Clásicos de la Argentina", donde una bailarina clásica oficiaba de modelo embelleciendo los lugares a retratar. Por eso es que semanas antes de partir investigué sobre locaciones interesantes donde llevar a cabo dicho proyecto, y recorrí las calles del barrio del Once consiguiendo accesorios para las fotos que ya vivían en estado embrionario en mi imaginación. Hasta mandé hacer un tutú a medida con una vestuarista que trabaja con el Teatro Colón. El viaje pintaba por demás interesante, pero también pesado. Además de todo el equipaje que llevaba siempre (accesorios de moto, de mate, de fotografía, carpa y bolsas de dormir, aislantes, cocina, ollas y vajilla, equipos de lluvia y ropa), tenía que llevar los vestuarios y el equipo de iluminación, todo arriba de la Morocha junto con las dos personas que iban a intentar encontrar un lugar donde sentarse (y una de ellas además conducir).

En el garage antes de salir, sin poder creer la cantidad de equipaje que íbamos a llevar. ¿Y nosotros dónde entramos?


El primer inconveniente surgió un día antes del viaje: un ruido extraño y chirriante al superar los 60km/h. Ese día no le hice caso, pero la última noche, al salir del trabajo de madrugada lo sentí durante todo el trayecto hasta mi casa, por lo que muy a mi pesar tuve que aceptar que así no iba a poder viajar. Decidí visitar por la mañana siguiente al mecánico posponiendo un día mi viaje, perdiendo así uno de mis invaluables 15 días, pero ganando la tranquilidad de no matarme en la ruta por un desperfecto mecánico y/o de no manejar apretando el tujes imaginándolo. El 1º día de mis vacaciones, desayuné y me fui a Dos Ruedas a ver qué le pasaba a mi querida Morocha. Resultó ser algo fácil de arreglar, en cuestión de media hora tenía la moto a punto para la travesía que me esperaba, y al comentarle a Pablo (el mecánico) que pensaba salir recién al día siguiente, me dijo: "¡Pero andate ahora!". ¡Grande Pablo! Entre sus palabras de aliento y el sol radiante que me invitaba a disfrutarlo atravesando campos y no asfaltos, arranqué decidido rumbo a mi casa donde rápidamente armé las alforjas y bajé al garage. Cargar semejante cantidad de equipaje en la Morocha no fue tarea fácil, mi pobre acompañante tuvo que llevar, además de la mochila en la espalda, una bolsa en el regazo conteniendo el bendito tutú durante 2600 largos kilómetros...
El segundo inconveniente lo tuve a las pocas cuadras de haber partido desde mi garage hacia el infinito y más allá, antes incluso de subir a la autopista. Transitando la avenida sobre una moto que parecía un tractor de dos ruedas avanzando entre autos estándar que llevaban a gente a trabajar, sentí de pronto algo raro en mi pie derecho, como que se me iba hacia abajo. Resultó que en el primer kilómetro de los 2600 que iba a recorrer perdí el  tornillo que ajusta el pedal derecho, así que tooodo el viaje viajé "rengo", con el pie derecho más abajo que el izquierdo y tratando de no perder el pedal que estaba suelto, dándole de taquito cada tanto para meterlo padentro. Eso no me desanimó, sino que subí a la autopista decidido a llegar a Rauch antes de que anochezca, perdiéndome entre esa maraña de coches enloquecidos despidiendo humo tóxico y ruidos que es la General Paz.
Ya en la autopista a Cañuelas sentí ese alivio tan particular que estar rodeado de árboles sabe darme. Con el correr de los kilómetros, tanto alivio y bienestar se tradujeron en una modorra difícil de manejar al manejar. Supongo que el hecho de no haber amanecido mentalizado en que iba a salir a la ruta contribuyó a tal estado, por lo que tuve que parar en una estación de servicio a tomarme un cafesito para poder seguir adelante. Poco después de dicha parada, encontré otro estímulo para estar despierto, ya no tan placentero como el cafesito: el viento. Un fuerte viento se levantó desde mi izquierda con agresivas ráfagas desestabilizadoras. Esto no era en realidad preocupante dada la masa que formaba la Morocha desbordada de equipaje con dos personas encima y además la experiencia acumulada a lo largo de mis viajes, pero cuando un camión pasaba en dirección contraria, ¡mamita! A causa de este fuerte viento que venía de la izquierda, cuando un mionca venía de frente y pasaba al lado mío me pegaba una sacudida tan pero tan violenta que no me quedaba otra que aminorar la marcha, ya que un par de veces sentí estar cerca de perder el control. Fue por esto que tuve otro "inconveniente". En un momento vi venir de frente tres camiones casi pegados uno al otro, por lo que al acercarme solté el acelerador para evitar el cimbronazo. Detrás mío venía un micro de larga distancia, a cuyo chofer parece le molestó tener que aminorar a su vez la marcha para no pasarme por arriba, el muy guacho se me pegó atrás y hacía luces. Cuando los tres camiones pasaron (lo cual no llevó más de algunos segundos), me tiré a la derecha y le hice guiño al micro para que me pasara, y el muy desgraciado en vez de abrirse dejando una distancia prudente entre los dos ya que veníamos a altas velocidades me tiró un fino pero tan fino que tuve que tirarme a la banquina a los volantazos para estabilizarme, ¡pero qué bárbaro che! De ahí en más ya no disfruté del camino, sino que venía bien atento a desacelerar cada vez que un camión venía de frente (venían muchos), y pispeando al mismo tiempo el espejito para que no me vuelvan a tirar a la mierda.
Al desviarme por la ruta 30 después de Las Flores por suerte todo cambió. Al igual que en la Recorrida Navideña, me adentré en un camino muy poco transitado y con escasos rastros de asentamientos humanos, eran los puros campos. Se puso bastante fresco, frené a ponerme el equipo de lluvia arriba de la campera y a tomar unos mates cocidos con chipá para aliviar mi pobre cuerpo entumecido tras horas luchando contra las sacudidas. Ya faltaba poco.

Parada a relajar y morfar después de horas de ruta difícil
Llegué a Rauch rayando el atardecer. Encontré el camping y armé la carpa debajo de un eucaliptus gigante. Obviamente, era la única carpa del lugar. Libre al fin de todos los materiales que venía cargando, salí a recorrer el pueblo, caminando por supuesto. Enseguida se hizo de noche, aproveché para comprar provisiones antes de que el supermercado cierre. Me llamó la atención el ancho de las avenidas. Siendo un pueblo de aproximadamente 15 por 15 cuadras, está cruzado en cruz por dos avenidas de un ancho fuera de lo común, propias de una ciudad de cientos de miles de personas. ¿Será que fue diagramada para ser una ciudad y nunca lo fue? Otro atractivo que a mí me interesaba mucho era la municipalidad, obra del genial Salamone.
Francisco Salamone fue un arquitecto-ingeniero que en apenas 4 años (a fines de la década del ´30) construyó más de 60 edificios públicos en la provincia de Buenos Aires, entre municipalidades, cementerios y mataderos. Su estilo monumental fusionaba el Art Decó con el futurismo, logrando unas construcciones típicas de la Ciudad Gótica de Batman. Llama además la atención que las torres que construía eran siempre un par de metros más altas que las de las iglesias de esos pueblos, se decía que era masón y por ende contrario a la iglesia. Por eso, mi primer noche en Rauch, a pesar del cansancio, salí a caminar con la cámara y el trípode en busca de dicha municipalidad.
Como siempre, me hice amigo de un perro que no sólo me acompañó las horas que duró la caminata, sino que hizo guardia en al puerta de la carpa toda la noche. Preguntando me dirigí a la plaza principal donde suponía encontraría el monumento que buscaba, hasta que, al fin, la 1º obra de Salamone explotó frente a mis ojos (ya que durante este viaje iba a ver varias). Era fabulosa, al mirarla con las luces de la noche daba la sensación de estar realmente en Ciudad Gótica.



Luego de varias tomas volví al camping a dormir como un bebé, después del día largo que había tenido y del frío que estaba haciendo la carpa era mejor que un hotel 5 estrellas. Al día siguiente tenía previsto visitar la primer locación: el castillo embrujado...

CONTINUARA...

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