miércoles, 28 de agosto de 2013

Provincia de Buenos Aires parte II

Abrí la carpa de cara al energizante frío de la mañana. Finalmente había llegado el día de visitar el misterioso castillo abandonado del cual había leído algunas historias macabras. Para mi sorpresa, los perros que habían pasado la noche custodiando la carpa (lo sé porque los escuché ladrar varias veces impidiendo que nada se acercara) se habían ido. O los habían echado, lo cual veo más probable, el encargado del camping en su recorrida matinal los debe de haber discriminado por ser de otra especie (como si él no estuviera habitado por miles de bichitos que le caminan por todo el cuerpo alimentándose de su piel). Eramos los únicos del lugar, estábamos entre semana y a comienzos de otoño, si bien estaba fresco estaba muy a gusto con nuestra soledad. Colocar mi carpa cerca de otras es como sentarse en la playa rodeado de gente. No tiene absolutamente nada de malo, pero son lugares que elijo para estar tranquilo, y la gente que visita este tipo de lugares en demasiados casos no deja de lado algunas de sus costumbres para adaptarse a la tranquilidad que busca, sino que trae consigo el ritmo de su vida diaria en la ciudad, como ser el ruido (labial, musical o televisivo) y la luz eléctrica. Cuando yo salgo de la ciudad es para encontrar al planeta como realmente es, no en lo que lo vamos transformando. Por eso, difícil que entre a un camping un fin de semana o si hay mucha gente.

Primera imagen del misterioso castillo

martes, 13 de agosto de 2013

Provincia de Buenos Aires parte I

Más allá de todas las travesías realizadas sobre la Morocha, tengo pendiente aún muchos destinos. Como debe de quedar claro al leer las líneas que conforman este blog, mis ganas de viajar y vivir aventuras son inagotables, por lo que cada vez que consigo días libres para salir a la ruta, la única cuestión es decidir qué rumbo tomar. Para mis últimas vacaciones, de entre todos los recorridos deseados hubo uno que fue respaldado por dos motivos distintos resultando así ser el elegido. Por un lado, siempre tuve curiosidad por recorrer mi provincia, un territorio más grande en algunos casos o casi del mismo tamaño en otros que muchos países europeos. La Pampa Húmeda, tierra de gauchos, pulperías y tolderías en otros tiempos, con mucha más diversidad de paisajes y lugares de interés que lo imaginado, me seducía. Y por otro lado, pese a los viajes que coleccionaron mis pupilas a través del visor del casco a lo largo y ancho de dos años, y pese a la diversidad de rutas mordidas por las ruedas de la Morocha surcando tantos lugares maravillosos y poco conocidos de este país, aún nunca un viaje había comenzado y terminado en el garage de mi casa, ya que al poseer una moto que no desarrolla gran velocidad final y de no disponer nunca de tiempo ilimitado para vivir los caminos que se abrían ante mí, para la ida, la vuelta, o ambas, he llegado a contratar un camión para mandar la moto y tomarme un micro o un avión para llegar rápidamente a destino. Por eso, comenzar y terminar un viaje largo en moto desde y hasta mi casa era una asignatura pendiente, ya que de algún modo sentía que sólo así iba a ser una travesía completa.
Para este viaje planeé también un tour fotográfico con la idea de consolidar un material sobre el que ya venía trabajando: "Paisajes Clásicos de la Argentina", donde una bailarina clásica oficiaba de modelo embelleciendo los lugares a retratar. Por eso es que semanas antes de partir investigué sobre locaciones interesantes donde llevar a cabo dicho proyecto, y recorrí las calles del barrio del Once consiguiendo accesorios para las fotos que ya vivían en estado embrionario en mi imaginación. Hasta mandé hacer un tutú a medida con una vestuarista que trabaja con el Teatro Colón. El viaje pintaba por demás interesante, pero también pesado. Además de todo el equipaje que llevaba siempre (accesorios de moto, de mate, de fotografía, carpa y bolsas de dormir, aislantes, cocina, ollas y vajilla, equipos de lluvia y ropa), tenía que llevar los vestuarios y el equipo de iluminación, todo arriba de la Morocha junto con las dos personas que iban a intentar encontrar un lugar donde sentarse (y una de ellas además conducir).

En el garage antes de salir, sin poder creer la cantidad de equipaje que íbamos a llevar. ¿Y nosotros dónde entramos?