domingo, 28 de julio de 2013

Recorrida Navideña parte II

Despertar junto a las sierras tiene otro color, ya que uno imagina que en algún momento de ese día que comienza estará más cerca del cielo, viendo desde arriba la superficie alfombrada de este hermoso planeta que nos tocó habitar. Además, abrir los ojos al regresar de las comarcas del sueño y descubrirse en un lugar nuevo es muy parecido a lo que deben sentir los reptiles luego de cambiar la piel. Viajar es una renovación constante.
Estaba hospedado en "La Nave de Los Locos", un lugar ameno con gente muy buena onda, que para mi sorpresa tenían juguera. Salí en ayunas a buscar una verdulería a comprar zanahoria, apio, manzana verde, zapallo, etc. Pasé estos vegetales al estado líquido y fueron un baldazo que me despertó por dentro y me llenó de energía, me subí a la moto y salí a pasear. Encaré para el cerro Centinela, elegido al azar en un mapa que me dieron en la oficina de turismo frente a la plaza principal. Buena elección, para llegar tuve que hacer algunos kilómetros de ruta zigzagueante entre las sierras. Dejé la moto y subí. Anduve tirando algunos autorretratos aprovechando el trípode y dejándome fascinar por la perspectiva de las alturas desde las que los campos infinitos me abrían la mente acostumbrada a tanto encierro, y me subí a una aerosilla. ¡Cuánto hacía que no me subía a una! Fue un verdadero placer dejarme llevar colgando en el aire a la altura de las copas de los pinos. Por suerte era el único turista, allá arriba me alejé del pequeño restaurant y encontré primero una cantera y, después, saltando un alambrado que indicaba claramente "Propiedad Privada - No Pasar", un bosque de cuento de hadas en el que me perdí un buen rato. Llegado el mediodía, en una saliente sobre esas rocas antiquísimas almorcé unos sanguchitos con unos mates dulces y bajé, ya que me tenía que encontrar con el Caruso que salía del laburo.


domingo, 21 de julio de 2013

Recorrida Navideña parte I

Así como en la última saga demostré que con sólo 9 días es posible mandarse una travesía del carajo, en esta ocasión voy a explayarme sobre un viaje de tan sólo 6 días conseguidos gracias a Papanuel, pero que me salió tan redondo que parecieron como 15. Mi idea era ir primero a Tandil (siempre quise conocer dicha localidad y sus sierras) para luego tomar la fabulosa ruta 226 para llegar a Mar del Plata a festejar con familia y amigos una fecha de dudosa procedencia: la Navidad.
El día anterior al viaje los pronósticos no eran alentadores, las altas probabilidades de lluvia formularon ciertos signos interrogatorios en alguna parte oscura de mi cuerpo intentando opacar mi optimismo. Para colmo, por la mañana me quedé dormido. Entre que desayuné, armé las alforjas y vacilé mirando el cielo, salí a eso del mediodía. En esa época vivía con mi querida abuela, quien antes de salir me miró fijo con una leve sonrisa, y asintiendo con la cabeza, me dijo: "La verdad Hernanio, estás loco". Paré en la estación de servicio cerca de casa y mientras hacía la cola para cargar nafta escruté el cielo intentando convencerme de que esos oscuros nubarrones no terminarían uniéndose, sino que el azul les ganaría. Como para darme más seguridad intenté apoyarme en la opinión ajena, así que al playero que le llenaba la panza a la Morocha le pregunté si iba a llover. Desgraciadamente, su respuesta fue ambigua y para nada tranquilizadora. Me subí a la moto y arranqué, pero paré en la siguiente estación unas cuadras más adelante. Me sentía cansado por la caravana tanguera de las noches anteriores, así que me compré una bebida hidratante y me la bajé parado al lado de la moto con todo el equipaje amarrado, desentonando con tres chicas en minifalda que bajaron de un auto brillante al lado mío. Terminado mi refrigerio, arranqué la moto con decisión y subí a la autopista.

Recién llegadito a Tandil, parada a matear y descontracturar junto al lago

sábado, 6 de julio de 2013

Noroeste parte VI

La Quebrada de Humahuaca había sido el paso inicial hacia la irresistible libertad de viajar solo y sin planes, 16 años atrás. En esa época maduró mi necesidad de descubrir el mundo, hice la temporada en Mar del Plata y me fui de mochilero con autorización escrita de mis padres, ya que aún era menor de edad. Durante 6 meses me pasé los días caminando, recorría el lugar al que llegaba y sus alrededores. Era la exploración en su versión más pura. Si bien comencé por los Valles Calchaquíes y de Lerma, en Salta, en la Quebrada había comenzado mi viaje en solitario. En Purmamarca acampaba en la canchita de fútbol, dejando así todas mis pertenencias en un lugar público y abierto sin ningún tipo de inquietud saliendo cada mañana con la idea de llegar a la montaña más alta.
El 1º día no llegué. Rodeé el famoso cerro Siete Colores por el llamado Camino de los Colorados y comencé a seguir el cauce de un arroyo seco hacia su naciente, todo payiba. En un momento se bifurcó y tomé el de la derecha, y al rato me salí del cauce y comencé a trepar. No llegué a ninguna cima, pero alcancé una saliente desde donde estuve horas admirando esta tierra incomparable. Estaba alto y veía a lo lejos el desfile de cerros unos detrás de otros en escalón ascendente, cada uno con un color distinto. Naranjas, rojizos, verdes, azules, amarillentos... mis ojos adolescentes se emborrachaban ante tanta belleza. Al día siguiente volví a retomar el cauce del río seco, pero en la bifurcación tomé a la izquierda. Recuerdo que en un momento encontré una casilla de piedras donde saqué una foto. Poco después de esa casilla comencé a trepar la ladera y a través de la nebulosa de los años lo que más recuerdo es la sensación de llegar a lo que se veía como "cima" para darme cuenta de que era apenas una ondulación y seguía subiendo hasta la próxima cima, que también era otra ondulación, y así incansablemente para mi cansancio. Ya después de mucho subir me llamó la atención encontrar un viejo camino en las alturas, era ancho y podía pasar un auto, de no ser porque estaba abandonado quién sabe hace cuánto con grandes trozos de piedra en el medio, debió de haber sido en alguna época un camino de carretas. Lo tomé y seguí subiendo ahora más levemente hasta que de pronto, detrás de un recodo, explotó para mí la Quebrada en todo su esplendor y extensión. El impacto fue tan profundo que quedé sentado en ese lugar durante horas. Ese recuerdo quedó tan vívido dentro de mí, que el último día en el viaje que hice en moto exactamente 16 años después y que nos reúne en este relato, después de desayunar partí rumbo a las montañas con la esperanza de encontrar el mismo lugar, como quien busca a un viejo amigo en un barrio lejano sin saber si lo encontrará por las calles del ayer.

A ver si lo encuentro...