miércoles, 10 de abril de 2013

Litoral parte II

Apenas cruzada la frontera con Corrientes el cambio se notó, esta provincia parecía haber quedado un par de décadas atrás de su vecina. Se notaba tanto en la infraestructura como en el comportamiento de la gente. Me desvié de la transitada 14 por una ruta vieja y casi abandonada rumbo a Mercedes. Llamaba mucho la atención ver ñandúes corriendo por los campos, ¡qué lindo! ¿Cómo se las arreglarán con los alambrados? Y pensar que antes estaba lleno hasta en la provincia de Buenos Aires, ¡ahora no se ve ni uno! Morpheus el de Mátrix tenía razón... el ser humano se comporta igual que el virus...

Santuario del Gauchito Gil

Pareja bizarra
En Mercedes es un clásico visitar el santuario del Gauchito Gil, a unos 5km por la ruta. El lugar es más una feria que otra cosa, invadido por innumerables puestos de venta de todo tipo de chucherías además de muñequitos. En el patio central varias parejas bailaban chamamé, y doy fe de que no solamente ninguna de ellas lo bailaba como nosotros lo conocemos, sino que además cada una lo bailaba con su propio estilo, ¡como pasa con el tango! Había una que rayaba lo surrealista, ya que el chabón le metía bien el muslo en la entrepierna a la mujer y la colgaba y revoleaba hasta casi tocar el suelo. Pero a pesar del circo y de mi clásico escepticismo pegué onda con el gauchito. De todas las estatuas de él me acerqué digamos a la principal, una que está sobre un escenario dominando la escena, y le prendí mi palo santo entre las patas. Le humeé un rato las verijas y la espalda y ahí se lo dejé, para que me proteja en toda la caravana que aún tenía por delante. Desde entonces, cada vez que veo el clásico altar señalado con telas rojas a la vera de cualquier ruta, lo saludo con una sonrisa.


Y sigue la pareja bizarra

Un estilo más "de salón"

Al fondo, el gauchito del Palo Santo
De Mercedes no hay mucho que contar, la idea era conocer los Esteros del Iberá, uno de los humedales más importantes del planeta y tan poco conocido por los argentinos. Eso sí, jamás imaginé que ese camino iba a ser tan difícil. Sinceramente no sé si me animaría a hacerlo de vuelta en esta moto y/o con tanto peso. La ruta que separa Mercedes de Colonia Carlos Pellegrini (entrada a los esteros) está asfaltada sólo los primeros 5km, los 120km restantes son de ripio en mal estado literalmente en el medio de la nada, no hay casas, ni estancias, ni tranqueras, ni nada, ¡el puro planeta! Con una moto supuestamente diseñada para asfalto, de motor chico y con su peso excedido muy por encima de lo que decía el manual, con dos personas, fue una odisea. En las peores partes iba a 20km/h. Se me cruzaron ciervos, carpinchos, ñandúes y cocodrilos, era una cosa de no creer, realmente estaba en territorio salvaje.
Bien al principio, cuando el camino era todavía de asfalto, se cruzó un ñandú en la ruta que comenzó a correr por la misma alejándose en vez de cruzarla, y no pude resistir la tentación de ir tras él. Acelerando lo comencé a perseguir para ver qué velocidad alcanzaba. Corría sacudiendo las plumas y mirándonos de refilón con mucha gracia, pero cuando lo estaba por alcanzar… ¡se tropezó! Cayó y rodó, y le pasé tan pero tan fino que en su rodada con las patas me pegó en las piernas y las alforjas dejando la marca de barro. No me lo llevé puesto por apenas unos centímetros, de tan corpulento que era seguro me caía, lo lastimaba y quizás rompía la moto y quedaba ahí perdido sin rastros de civilización ni señal de celular. ¿Imaginan lo bizarro de la situación? Por un tiempo me costó manejar de la risa, no podíamos parar, se nos caían las lágrimas de las carcajadas, ¡la imagen de semejante pajarraco rodando abajo mío fue muy fuerte! El ñandú se levantó y se fue ofendido, había incluso otro al borde de la ruta sin poder creer lo que veía jajajaaa.
Algunos ejemplares de la fauna de los esteros (a la víboras y al cocodrilo los dejé tranquilos):








Como dije, ese camino fue interminable, 120km de tierra suelta y piedras entre 20 y 30km/h bajo un sol abrasador. En la parada a comer abajo de un arbolito junto a unos estanques, tuve que cerciorarme bien de que no hubieran cocodrilos en los alrededores, ¡eso fue bien loco! No veía la hora de llegar, además del cansancio físico estaba el mental, ya que tenía que estar continuamente concentrado en el camino sin dejar ni un segundo de mirar en dónde metía la rueda de adelante. Lo más sorprendente fue cómo la Morocha se bancó ese camino durante tantas horas. Después de 5 horas y media de semejante caravana llegué exhausto, con los brazos y la espalda muy contracturados, la mente cansada, ¡pero estaba en el paraíso! El puente que cruza la laguna Iberá es tan antiguo que le faltan tablas. Eso en auto no es un problema, pero en moto... ¡te la regalo! Colonia Carlos Pellegrini resultó ser un pequeño pueblo de calles de tierra de 10 cuadras x 8 la parte más ancha, perdido en el tiempo y en la naturaleza salvaje. No tiene estación de servicio ni mercados, es un lugar realmente mágico, de esos donde el tiempo transcurre más despacio. (Eso sí, los días que estuve ahí, se escuchaba a lo lejos el ruido constante de la motosierra, ayayayay Morpheus...).




La belleza del camping era tan intensa que inmediatamente volvieron las energías y alquilamos un kayak para ver el atardecer desde la Laguna Iberá. Primero me adentré en las aguas, pero después fui bordeando las orillas alejándome del pueblo. Me metí en un sector donde las pajas salían del agua dejándome lugar para navegar entre ellas sintiéndome un animal más. Así venía a lo Daktari cuando vi una entrada y me mandé con el kayak a pesar de la alta probabilidad de encontrarme cara a cara con los cocodrilos dentro del estanque en el que me había metido, y de la cara de asustada de la croata, pero no. Apenas estuve dentro de este pequeño santuario escondido y levanté el remo, el expectante silencio que me envolvía fue destrozado por una sinfonía en nuestro honor dedicada desde las orillitas de este lugar en el que me había metido. Un sinfín de individuos de alguna variedad de anfibios nos rodeaba y nos dedicaba una serenata, con principio y fin. Me sentí en un cuento de hadas. Cuando terminaron, salí despacito con la impresión de dejar atrás un mundo paralelo.
Al salir del área de pajas, vi que el atardecer estaba por vivir su corta vida, así que preparándome para la frutilla del postre me adentré en la laguna, pero la frutilla estaba podrida. De lejos vi acercarse una lancha a toda velocidad con la mujer más fría que conocí en mi vida. Era la guardaparque, quien se acercó a decirnos que sólo se podía navegar hasta las 18hs, y eran las 18:05. Siendo que el sol se acercaba al horizonte prometiendo una explosión de colores sin igual, traté de explicarle, de pedirle, de convencerla de que me deje quince minutos más, pero no hubo caso, a las 18hs terminaba el horario de los guardaparques y se querían ir a su casa. Volví remando despacito, girando la cabeza con cada remada para apreciar la belleza que el horizonte me regalaba custodiado por semejante ortiva, parada sobre su lancha con los brazos cruzados detrás de la espalda, pero viendo que yo le daba más bola a la realidad que a las estúpidas convenciones humanas la minita se volvió a acercar para insistir en que entremos al camping, y me enojé.
- ¡No puedo creer que seas tan fría! ¡¿No ves lo que hay ahí?! - casi le grité señalando el atardecer irradiando esplendor a sus espaldas.
- Y yo no puedo creer que seas tan desconsiderado, -contestó inmutable sin volverse-, nuestro horario terminó y nos queremos ir.
Nunca me cayeron muy bien los guardaparques, los considero policías sin armas que no distinguen un turista de un amante de la naturaleza, pero ese día fue el colmo. Si bien en mi último viaje (que será relatado en su momento) conocí una guardaparque macanudísima, se las tengo jurada. Aquella de los esteros se notaba que era porteña, y si bien tuve ganas de refregárselo y aconsejarle que se vaya a laburar a una oficina, opté por usar la inteligencia. Volví rápidamente a la carpa, agarré la cámara y el trípode y fui a la orilla a inmortalizar uno de los mejores atardeceres que me tocó vivir. ¡Tomá pa vos!


En Colonia Pellegrini pasamos 4 días recorriendo esos parajes desbordantes de vida, y como siempre en cada viaje calculo dónde pasar la luna llena, fue ahí donde la pasé. Cuando oscureció completamente caché la cámara, el trípode y salimos del camping en dirección al puente. Curiosamente apareció una perra de pelo blanco y largo que me acompañó toda la noche y a la cual bauticé, por supuesto, Luna. Después de unas horas admirando la quietud ancestral y experimentando con las fotos, volví al camping donde tiré un par de fotos más y me fui a dormir. A la mañana siguiente, Luna había desaparecido.

La luna llena asomando y prometiendo...

Puente de entrada a Colonia Pellegrini

Autorretrato en el puente

Autorretrato en el camping
Debo admitir que en ocasiones no soy muy consecuente con lo que digo, porque si bien había asegurado que no volvería a hacer un camino así con esta moto, el plan era seguir hacia el norte hasta empalmar con la 14 nuevamente, y sabía tanto por el mapa como por los lugareños que el camino estaba en peores condiciones aún, es más, ¡los primeros 30km era arenales! Así y todo, y pese a los pronósticos de lluvia, enceguecido me decidí a seguir por este peligroso camino con tal de no tener que regresar hasta Mercedes para volver a subir todo de vuelta por el asfalto, pero las circunstancias estuvieron de mi lado.
Esa mañana las nubes negras fueron un mal augurio. Lo más rápido que pude empaqué todo con la idea de salir hacia el norte, ¡qué locura! Pero apenas terminé, exactamente, comenzó a llover fuerte y lo único que pudimos hacer fue subir a la moto y salir a toda velocidad hacia un hospedaje que había visto a unos 200 metros antes de que las calles se anegaran. Llegué justo, ya que al entrar comenzó un aguacero de horas que convirtió las calles en manteca durante días. Si bien nos habíamos salvado del garrón de que la lluvia nos atrape en medio de aquel camino donde quién sabe lo que hubiera pasado, y habíamos podido salir también del camping antes de que todo se me moje y que las calles sean intransitables, estábamos atrapados, ya que el asfalto más cercano era Mercedes 120km de barro hacia el sur. Trabé conversación con el dueño de ese hospedaje, quien después de contarme que una vez había aparecido un cocodrilo paseando por su jardín, me sugirió que busque a la familia que hacía el transporte de pasajeros todas las noches unas 4 cuadras más arriba.
Caminar esas cuatro cuadras fue casi imposible. Tanto era el barro que cruzar las calles era casi tan difícil como cruzar un río. Al tipo por suerte lo encontré, hacía el viaje Colonia-Mercedes a la madrugada, pasaría a buscarnos a las 3AM, dijo que en el fondo tenía lugar para equipaje y ya había llevado motos. A esa hora yo ya tenía todo listo, sentado en silencio bajo la galería acompañado por los grillos hasta que lo vi venir, ¡y no lo pude creer! ¡Era un bondi de los viejos! Le faltaba la fila de 5 asientos de atrás, y tuvimos que subir la moto por la puerta que se usaba para bajar. Increíblemente, ¡la Morocha entró! En un momento de la noche me despertó el oleaje. Sí, escribí bien, oleaje, el micro se abría paso sobre el barro coleteando como un barco. Al amanecer bajé en Mercedes con la convicción de que civilización=asfalto.

Rescatados por un bondi de los de antes

Volviendo a la civilización (asfalto)
La idea era seguir hasta Santo Tomé, la última parada antes de Misiones. La primera parte de dicho recorrido, la ruta 123 que une Mercedes con el empalme de la 14, los vientos de costado eran tan pero tan fuertes que a veces me cambiaban al carril contrario, ¡por suerte no había un alma! Al principio me cagaba todo con estas ráfagas y desaceleraba a 60km/h ya que ahí mantenía un poco más el control, volvía a acelerar hasta el próximo cachetazo, y así. Aunque, claro, después me fui acostumbrando. Al llegar finalmente al empalme con la 14 tuve la inmensa suerte de bajar a mear. Había un bosque a la vera de la ruta, del cual salía un sonido que jamás voy a olvidar. Es más, ¡¡¡¡me prometo a mí mismo volver a investigar qué sería eso!!!! Debido a las lluvias del día anterior, habían unos dos metros de inundación todo a lo largo del bosque antes del alambrado, y a pesar de buscar, no encontré por dónde pasar. El bosque estaba formado por árboles altos sin maleza en su interior, pero con unos montículos cónicos de tierra de algo más de un metro distribuídos por doquier. El sonido que exhalaba ese bosque, producido por quién sabe qué tipo de animales y que surgía desde toda la masa del mismo y no desde algún sector en particular, me remitía a pájaros extraterrestres esquizofrénicos. Algo así, es muy difícil de explicar. Como si alguna especie de locura extraña habitara ese bosque. Me imaginé a mí mismo adentrándome en ese ambiente lisérgico como traspasando el portal hacia la dimensión descosida.

Relax después de 15hs de caravana
Santo Tomé me pareció una ciudad muy hermosa, la verdad me sorprendió. Paré en el hotel del Automóvil Club que me hizo precio de socio por caerle bien al conserje (cosa que me pasa
Sin comentarios...
muchas veces al verme llegar en moto), dejé las cosas y me fui de raje a agarrar el atardecer a orillas del Río Uruguay frente a las costas del Brasil. Venía viajando desde las 3AM de la noche anterior, pero la experiencia de los esteros me había enriquecido tanto que no estaba roto. El día siguiente lo dediqué a poner en orden mis cosas, civilizarme digamos, limpiar y ordenar mi cuerpo y las telas que, a diferencia de todo el resto de los animales, lo cubren. Siendo que viajando en moto llevo un solo pantalón (el puesto) tuve que ir al lavadero... ¡con la malla y las botas! Jajaja habían unas minitas que se me cagaron de risa. Al retirar el pantalón me lo puse en la misma lavandería y me fui a tomar un helado, con tanta mala suerte que me senté sobre una mancha de dulce de leche derretido, ¡al levantarme parecía que me había cagado! En el hotel tuve que lavar esa parte del lienzo para el día siguiente, un día del cual ya desde antes de partir de Buenos Aires venía lleno de expectativas: mi entrada en Misiones.

¡Misiones allá vamos!

CONTINUARA...

4 comentarios:

  1. grande puky, me como tus viajes y si los encontrás yo también quiero de esos pájaros extraterrestres esquizofrénicos, seeeeeeeeeee!!!!!!!

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    1. Jajaja grande Selva! No digas nada pero me traje uno, por eso yo... a veces... este... vite?

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  2. algún día leyendo tus crónicas me va a dar un infarto :)

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