jueves, 18 de abril de 2013

Litoral parte III

Se ve que yo ya andaba con la idea revoloteando dentro de mi cráneo, porque aquel día que la morocha se puso celosa relatado en otro apartado y que conocí el taller Dos Rueda, mientras Pablo me solucionaba el problema le pregunté:
- ¿Con esta moto me puedo ir hasta las Cataratas?
Se dio vuelta, sonrió y dijo ¡claro!
Tenía muchas ganas de recorrer esa provincia, desde hace mucho. Conocía cataratas, sí, pero
absolutamente nada más de esas selvas. Por eso, la mañana que desperté con Misiones al alcance de mi mano el sol brilló más radiante que de costumbre. Armé las alforjas bien temprano y salí a la ruta, Corrientes fue quedando atrás en un adiós de hasta la próxima. Al comienzo eran los campos infinitos. Cuando pasé por el empalme de la ruta de tierra que venía desde los Esteros (la que pensaba agarrar originalmente para salir de Colonia Carlos Pellegrini con los primeros 30km/h de arenales pero la lluvia no me dejó), lo miré imaginando la aventura que me había perdido, y no pude evitar dudar de su éxito. Dejé esa idea atrás y aceleré de frente al nuevo cambio en la travesía.
Al norte de Corrientes el terreno ya se empezó a ondular y aparecieron las primeras sierras y campos de yerba mate. La mano venía interesante venía. Hice una parada bajo un arbolito a la altura del establecimiento Las Marías, pocos kilómetros antes de la frontera, para entrarle a la picada con mate. Después de unos minutos de tareas preparativas de los materiales a ingerir, me dispuse a achicarlos y lubricarlos a masticada limpia mientras que mi realidad bajaba su ritmo afinando con el del entorno y me entregué a la contemplación. Me llamó mucho la atención verme rodeado, por toda la extensión del pastizal bajo cuyo único árbol me sentaba, de insectos dedicados a la orgía desenfrenada. Eran una especie de hormiga voladora pero más grande, habían millones, y TOD@S estaban entregados al sexo.

Campos de mate hasta el horizonte

miércoles, 10 de abril de 2013

Litoral parte II

Apenas cruzada la frontera con Corrientes el cambio se notó, esta provincia parecía haber quedado un par de décadas atrás de su vecina. Se notaba tanto en la infraestructura como en el comportamiento de la gente. Me desvié de la transitada 14 por una ruta vieja y casi abandonada rumbo a Mercedes. Llamaba mucho la atención ver ñandúes corriendo por los campos, ¡qué lindo! ¿Cómo se las arreglarán con los alambrados? Y pensar que antes estaba lleno hasta en la provincia de Buenos Aires, ¡ahora no se ve ni uno! Morpheus el de Mátrix tenía razón... el ser humano se comporta igual que el virus...

Santuario del Gauchito Gil

Pareja bizarra
En Mercedes es un clásico visitar el santuario del Gauchito Gil, a unos 5km por la ruta. El lugar es más una feria que otra cosa, invadido por innumerables puestos de venta de todo tipo de chucherías además de muñequitos. En el patio central varias parejas bailaban chamamé, y doy fe de que no solamente ninguna de ellas lo bailaba como nosotros lo conocemos, sino que además cada una lo bailaba con su propio estilo, ¡como pasa con el tango! Había una que rayaba lo surrealista, ya que el chabón le metía bien el muslo en la entrepierna a la mujer y la colgaba y revoleaba hasta casi tocar el suelo. Pero a pesar del circo y de mi clásico escepticismo pegué onda con el gauchito. De todas las estatuas de él me acerqué digamos a la principal, una que está sobre un escenario dominando la escena, y le prendí mi palo santo entre las patas. Le humeé un rato las verijas y la espalda y ahí se lo dejé, para que me proteja en toda la caravana que aún tenía por delante. Desde entonces, cada vez que veo el clásico altar señalado con telas rojas a la vera de cualquier ruta, lo saludo con una sonrisa.

miércoles, 3 de abril de 2013

Litoral parte I

Vamos a empezar por el principio, ya que el viaje a Córdoba había sido el más reciente al momento de comenzar con este Blog, pero el segundo viaje a relatar debe de ser el primero que hice con la Morocha.
Feliz con chiche nuevo
A mis 33 años nunca antes había manejado una moto. Al volver de Japón, y después de 7 años dedicados íntegramente a bailar y enseñar a bailar el tango, decidí cambiar de rubro porque estaba comenzando a perder el placer de hacer lo que me da más placer, ¡y eso no podía ser! Así fue que comencé con un laburo normal de 8 horas diarias.
Como quedaba en Zona Norte y yo vivía en Boedo, no aguanté mucho las dos horas y media de viaje por día en colectivo, eso realmente es malo para la salud, pero los humanos somos bichos jodidos, tendemos a hacer lo que nos hace mal, como en este caso amontonarnos. En colectivos, en boliches, o en ciudades, ¿de qué tenemos miedo que buscamos la protección del anonimato?
Entonces fue que pensé en una moto. Obviamente, busqué una que sirviera para viajar y elegí una chopera. Ya desde el mismo momento en que la monté por primera vez descubrí ese incomparable placer que todo motoquero conoce, por lo que desde aquellas primeras épocas imaginé lo interesante que sería usarla para ir al infinito y más allá...

La moto es muy peligrosa, eso lo tuve en cuenta desde antes de subirme. No me podía caer, por lo tanto nadie me podía tocar. Y eso había que mantenerlo SIEMPRE. El primer día que fui a trabajar con la moto y agarré la Panamericana tuve mi bautismo. La autopista estaba muy congestionada, y yo avanzaba en zig zag esquivando autos impacientes. Así venía sin entender demasiado dónde estaba ni qué hacía, hasta que una persona tapada con una sábana, un charco de sangre sobre el asfalto y una moto retorcida me pegaron varios cachetazos, como para que me avive. La moto no es joda, sensibilizate flaco.

Lorenzo Lástima, Parque Pereyra Iraola en mi primer salida a la ruta