Los últimos días en San Marcos Sierras visité Ongamira (un lugar con la
onda de Cerro Colorado por esos cerros misteriosos que albergan pinturas e
historias de antes del tiempo), el Río Quilpo (una delicia en las tardes de
calor, ya que por bajar desde las Altas Cumbres posee caudal todo el año y al
no pasar por ningún asentamiento humano sus aguas son puras) y la Quebrada del
Río San Marcos el último día. El río estaba bajo y con poca agua, pero encontramos
una olla profunda y nos quedamos largo tiempo abrazados
románticamente con el agua hasta las tetas, despidiéndonos de quienes supimos
ser en ese inolvidable pueblo cordobés, donde comprendimos una nueva forma de
vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos. La salida del agua ya
no fue tan romántica... ¡porque teníamos los pies llenos de sanguijuelas! ¡¡Híjole!!
Yo sentía como "cosquillitas", pero miraba desde arriba y pensaba
eran pastitos. Me frotaba un pie contra el otro y no les daba bola, hasta que
vi que uno de esos pastitos ¡¡se movíaaa!! Era difícil sacarlos, eran como
gusanitos chiquititos que no soltaban por más que uno tirara de ellos, la única
manera era pasar con fuerza la uña por la piel, y salían. Tardamos bastante,
eran muchísimas. Pero la sorpresa fue cuando, al imaginar ya habían salido
todas, abrí los dedos de mis pies... ¡¡Adentro habían unas grandes y negras!!
Puaj... Luego averigüé se acumulan cuando hay poco caudal y el agua se estanca,
cuando el río sube se las lleva. Después subimos al cerro de la cruz para ver
el atardecer sobre el pueblo y grabarnos esa hermosa última imagen en la
retina. Mientras contemplábamos la transición eterna entre el día y la noche, la
voz de una chica cantando coplas se elevaba desde la quebrada hasta los
cóndores verdaderos dueños de esos cerros.
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Cuevas de Ongamira |
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Majestuosidad de los cerros de Ongamira |
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Quebrada del Río San Marcos |
Finalmente, y después de 6 noches gloriosas, partimos de San Marcos Sierras,
un lugar que quedó para siempre dentro de nuestros corazones. No solamente por
la belleza de sus parajes, la calidez y el amor de su gente, la bondad de su
clima, la hospitalidad de nuestro gran amigo, sino porque conocimos desde
adentro otra forma de vivir apartada del sistema globalizador capitalista,
donde la gente era feliz...
Hicimos una parada en Cruz del Eje para reponer algunas de las varias
tuercas y tornillos que habíamos perdido tras tantos días de serrucho. Entre
otros, se había piantado el que sujeta el portaalforjas y el amortiguador
derecho el 1º día de viaje, y por los lugares lejanos por los que anduvimos no encontramos
bulonerías para reponer estos repuestos de roscas milimétricas, así que llevábamos
esto totalmente suelto arriesgándonos a que en plena ruta se separe la rueda de
atrás del asiento y nos desmadremos, ¡pero la Morocha es noble carajo! Perdió
la tuerca que aseguraba todo esto pero las cosas no se salieron, ¡ahijuuuuna!
Hasta llegué a perder el tornillo que sujeta uno de los dos lados de la
mandíbula desmontable de mi casco, así que andaba con la carcaza colgando,
sacudiéndose con las fuertes ráfagas de viento de esa mañana los 15 km que
separaban San Marcos de Cruz del Eje, punto desde el cual tomaríamos la ruta
hacia el sur rumbo a nuestra siguiente meta: Traslasierra.
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Reparando pinchaduras... |
Desde mi temprana adolescencia quise conocer dicha región por ser el lugar
que sacó a Luca de las terribles garras de la heroína, fue así: Luca Prodan era
italiano, pero sus padres lo habían mandado a estudiar a un selecto colegio
escocés donde había trabado sólida amistad con Timmy Mc Kern, un chico
argentino. Después del colegio (no sé si lo terminó o no) se fue a vivir a
Londres donde vivió el movimiento punk de la época, y cayó en el pozo sin fondo
de la heroína, una de las sustancias más adictivas y peligrosas que existen. En
esas circunstancias fue que recibió una postal de su amigo Timmy (quien vivía
en Traslasierra) invitándolo a visitarlo y dejar atrás ese presente sin futuro.
Dicen que la belleza del paisaje de esa postal cautivó tanto a Luca, que decidió
dejar atrás Londres y toda su suciedad. El resto de la historia es conocido.
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Valle de Traslasierra |
Ir a Traslasierra era saldar una deuda adolescente, así que volvamos al
relato. Entré a la ferretería a comprar tuercas y tornillos mientras mi compañera me
esperaba sentada en la placita principal de Cruz del Eje. Dentro del negocio
noté un ambiente extraño; había mucha gente y estaban todos expectantes a la
radio, la cual anunciaba que había habido un tornado en Calamuchita (al lado de
Traslasierra) y que venía para el norte. Había volado techos, árboles, y la
gente hablaba en voz baja con preocupación. Miré hacia afuera, y a través del
vidrio de la ferretería las copas de los árboles se sacudían como locas...
Obviamente, se me frunció el tujes. Salí rápido a contarle que un
tornado se dirigía hacia nosotros (y que nosotros nos dirigiríamos hacia él)
pero ya estábamos jugados. Como siempre, ¡la Morocha no iba a volver atrás! El
bagre picó y ahí mismo nos hicimos unos tererés y unos sánguches que teníamos
guardados para el almuerzo. Mientras tanto, no pude evitar que un golpe
seco en mi espalda producto de una cagada líquida caída del cielo me hiciera
pensar en un oscuro presagio… Después me ajusté las tuercas y encaramos pa la
gomería, ya que la rueda de adelante se sentía bien rara, como que al doblar el
manubrio la moto doblaba menos que antes. ¡Menos mal! Ahí descubrí que veníamos
con las dos ruedas pinchadas, encontraron un agujero en cada una. Morochaaaa
vieja y peluda nomás.
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Valle de Traslasierra |
Cuestión que salimos a la ruta (con la rueda de atrás con tres agujeros más,
sin saberlo) recién al mediodía, con un sol y un calor increíbles, tanto, que a
veces ni el vientito de la velocidad alcanzaba. El cielo azul intenso
contrastaba con el panorama de nubes verticales que nos esperaba adelante en la
lejanía. Durante esas horas de ruta poco transitada que atraviesa llanuras con
montañas que lamen el horizonte, nos bajamos litros de gatorade, los cuales
iban siendo recolectados en los pueblitos de paso.
Cuando por fin tuvimos Traslasierra a nuestros pies, entendí todo. La zona
es de una belleza extrema, con esa alta cadena montañosa y los pueblitos sobre
sus pies, adorándola. El cuadro venía completito, porque sobre el valle al cual
íbamos a bajar se cernían unas nubes azules de kilómetros de altura que nos
miraban a la cara de frente, no amenazadoramente, sino como bestias mansas
desconocedoras de su descomunalidad. Puse punto muerto y nos mandamos a toda
velocidad por la bajada a Cura Brochero.
Yo venía con la estúpida idea de parar en un ciber para ver el pronóstico,
¡como si lo que teníamos sobre nuestras cabezas no fuera suficiente! Pero
quería saber cuánto iba a durar la lluvia para planear los pocos días que nos
quedaban. Mina Clavero no nos gustó, eso lo sentimos en seguida, era demasiado
turística. Para colmo, la computadora pronosticó tormentas eléctricas ese día y
el siguiente comenzando a esa misma hora, pero como quedarnos en esa “pseudo
Villa Gesell” no era una opción, nos subimos a la Morocha y seguimos viaje.
A la altura de Villa Las Rosas comenzaron a caer las primeras gotas.
Instintivamente encaré para el primer hospedaje que encontré, ya que preveía se
iba a largar demasiado fuerte por lo pesado del clima. Como era fuera de
temporada no había lugar, ¡suerte! Las gotas amainaron y decidimos volver a la
ruta buscando lugares menos turísticos.
De ahí a San Javier llovió casi todo el camino y nos mojamos bastante,
sobre todo los pies que fueron charcos chapoteantes, pero el calor no aflojó.
Al llegar salió el sol y paramos en la placita a secarnos y matear con el mejor
lemon pie del universo que vendía una señora con huevos de su casa. Ahí nos
enteramos que habían caído piedras. Después de un rato de relax subimos las
sierras buscando donde hospedarnos, pero eran todas posadas y hostales pipí
cucú inútilmente caros, nada de un pueblito común cordobés que es lo que
nosotros buscábamos, así que volvimos a la ruta rumbo al sur a seguir rebotando
en los pueblitos siguientes.
Fue en ese trayecto que comenzó a formarse otra tormenta sobre nosotros,
pero ésta bien agresiva. Era una sola masa oscura en forma de triángulo que
avanzaba con el vértice en pos nuestro, amagando con sacarnos del asfalto con
unas ráfagas difíciles de controlar
Cuando llegamos a La Paz parecía que se nos venía el mundo encima, y me
puse nervioso. Ahí ya no me importó nada, ni el turismo ni los cordobesitos, ya
quería un lugar seguro antes de que sea tarde, y por algún feliz motivo que
conscientemente desconozco, agarré a la izquierda por un camino de tierra que
subía la montaña hacia un pueblito llamado “Loma Bola” (agarrar ripio con
lluvia inminente no tiene lógica). Había un cartelito indicando un hotel, el
cual debo de haber elegido entre las decenas que ya había visto. Fueron un par
de kilómetros largos en subida que se transformaron en una callesita de pueblo
de posta, ¡por fin! Casas donde vivía gente común; ni negocios, ni ningún tipo
de albergue. Eso lo aprecié en realidad después, ya que durante esa subida que
recordamos larga venía con la desesperación del bicho que frente al peligro
busca un hueco para esconderse con la cola entre las patas. Lo negro del cielo
y la agresividad del viento eran lo único que percibía.
Cuando por fin llegamos, nos mojamos pero no con lluvia, sino con agua
fría: $800 la noche, ¡híjole! Era un hotel lujoso de estilo antiguo y rural
escondido en las montañas, pero el viejito que nos atendió hizo un llamado y
nos mandó pa otro üín, ahí la pegamoh. Terminamos quedándonos los últimos días de
este viaje en una hostería de dos viejitos de Liverpool muuuy personajes, en un
lugar bellísimo. Ahí nos enteramos que había pasado un avionsito y a la primer
tormenta le había sacudido con algo para frenar la granizada (truco ilegal y
ecológicamente dañino de las aseguradoras de cosechas, para ahorrar), lo cual
frenó hasta la lluvia, pero se formó esa tormenta enojada que asoló la zona
gritando con unos vientos fuera de lo normal.
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Alturas de Loma Bola |
Cuando por fin entramos a la seguridad del cuarto después de todo un día de
caravana, vi por la ventana que había una franja de cielo entre la tormenta y
el horizonte por el cual iba a aparecer el sol apenas para despedirse de
nosotros, obviamente no nos lo podíamos perder. La posada estaba a los pies de
la Loma Bola propiamente dicha, la cual tenía en su empinada subida un vía
crucis, así que caché la cámara y le dije a mi compa: ¡vamos! El último esfuerzo
del día, la frutilla del postre. ¡¡Y valió la pena!! Era bien empinado, pero
las vistas desde ahí arriba, el atardecer haciéndole burla a la tormenta,
nuestra felicidad de haber sobrevivido a tantas aventuras y de haber encontrado
un lugar romántico para festejarlo nuestros últimos días, dejaron atrás todo
cansancio. Habíamos encontrado por fin un pueblo auténtico en Traslasierra, nos
enamoramos de Loma Bola.
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El atardecer burlando la tormenta |
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La tormenta en la cima de Loma Bola |
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Clima extraño, el ser humano metió la cola... |
Esos últimos días los pasábamos solos en unas ollas deliciosas formadas por
arroyitos bien arriba en la montaña, había que subir media hora más en moto hasta
que lo precario del camino ya no lo permitía más, dejábamos la Morocha entre lo
yuyo y caminábamos hasta un cruce de arroyos, y de ahí 15 minutos más por un
senderito, siempre parriba. En esas ollas paradisíacas el agua era tan pura que
nadaba y tomaba al mismo tiempo, fue el lugar perfecto para meditar sobre el viaje que nos habíamos pegado.
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En la olla |
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Despedida de Loma Bola |
La vuelta a Córdoba Capital fue sorprendente. Ella se fue un día antes en
micro desde La Paz, yo pasé la última noche en San Javier en lo de un amigo y
tomé bien temprano el camino de las Altas Cumbres que atraviesa esas montañas
de vuelta a las grandes ciudades. Era más alto de lo que pensaba, y con unas
vistas y unos pequeños cactus en flor inolvidables. Allá arriba tuve que usar
polar y campera, a Córdoba Capital llegué con 47º de térmicaaaa. En esos
momentos, en Bs As caía un diluvio histórico, uno hasta se mandó a practicar
windsurf por Av Libertador…
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Camino de las Atlas Cumbres |
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Camino de las Atlas Cumbres |
Despaché la Morocha agradeciéndole por todo y me fui pal trocén a sacar
pasaje para la noche. Con ese clima no me quedó otra que hacer tiempo tomando
cerveza bien fría y deambular medio borracho hasta el anochecer cuando me
despabiló la tormenta con una empapada deliciosa, libre de todo equipaje. El ómnibus
salía supuestamente a las 22hs, pero 21.55 sospeché que algo ocurría, me dirigí
a la ventanilla y una ortiva me informó que el micro no salía con tanta
despreocupación como si me dijera ¿tenés un pucho? ¡¡Jajaja me puse de los
pelos, al día siguiente a las 9AM tenía que estar en el trabajooo!! Mis
protestas fueron en vano, agarré la guita y cargado como estaba con alforjas,
casco, mochila y aislantes rajé a recorrer ventanillas. Tuve la enorme suerte
de cachar un asiento cancelado a último momento en un micro que estaba
saliendo, y viajé. Al llegar, me pegó una tristeza que me duró una semana…
hasta que comencé a planear el siguiente viaje, nuestro próximo encuentro…
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Flora de las alturas |
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