miércoles, 13 de febrero de 2013

Córdoba parte II


San Marcos Sierras merece un capítulo aparte, es por eso que el anterior quedó trunco. Desde hace ya varios años que vengo escuchando hablar de ese pueblo, y siempre de boca de gente de mi edad y que me cae muy bien. Por lo tanto, el próximo viaje a Córdoba incluiría obligatoriamente dicha localidad.

Vado del Río San Marcos
La última visita a Córdoba había sido mi primer viaje sin mi familia, al comienzo de mi interminable adolescencia, cuando tenía 16 años. Antes de esto, había ido con mis padres y hermana en varias oportunidades, pero siendo un niño, por lo cual conservo pocos (pero bellos) recuerdos. Cuando con mis dos mejores amigos de entonces decidimos irnos los tres a Villa General Belgrano (ya tampoco recuerdo muy bien cómo fue), descubrí una nueva forma de la libertad que desde entonces vengo poniendo en práctica cada vez que puedo, y cuando no puedo, ando pensando en cómo poder. Como yo estudiaba en un colegio alemán, la mayoría de mis compañeros era nietos de alemanes escapados de la guerra. Este era el caso del abuelo de uno de mis amigos que tenía casa allá, y que nos cedió su jardín para que acampemos. Era un hombre ya viejo, que a pesar de estar medio ciego seguía manejando su Ziambretta para desconsuelo de su mujer. Se lo veía amable, tranquilo, quién sabe la historia que escondía detrás de sus párpados, las cicatrices de guerra no creo que cierren nunca.
Si bien no es mi propósito extenderme demasiado en esta visita que lenta pero inexorablemente se desmenuza en las arenas del tiempo (ya pasaron 20 años che, tendré cara de jopende pero…), un suceso de la misma ha quedado marcado a sangre en mi memoria: mi iniciación sexual.
Ya no recuerdo porqué fuimos a un camping pasando Los Reartes, inmerso en un bosque de pinos a la vera de un arroyo. Un lugar hermoso. En ese lugar trabajaba una chica un año mayor que yo, ella era de Tandil y había ido a pasar ahí la temporada. A esa edad, era todo mucho más ingenuo, jamás imaginé lo que iba a pasar. Una de esas noches, me la levanté escribiendo en la arena con un palito, literalmente, y nos escabullimos en la carpa. Apenas entramos, se desató una tormenta eléctrica. Yo pensé que nos daríamos unos besos, pero la naturaleza, la fuerza constante de la vida nos fue llevando a la fusión, transformándonos en un un fogón resguardado por la carpa del diluvio de afuera. Grande era mi asombro cuando rayos y relámpagos iluminaban fugazmente la negrura total que nos envolvía, regalándome la imagen de esta chica sentada arriba mío, desvirgándome. Y grande fue su sorpresa cuando, recostados uno al lado del otro, mientras nuestras respiraciones se normalizaban, le confesé que había sido mi primera vez.
Córdoba guarda un lugar especial en mi corazón, claro está, por eso decidí que sería el destino de mi próximo viaje en moto. A San Marcos Sierras llegamos desde los cerros, en vez de desde la ruta, ya que habíamos ido todo por adentro. El camino ofreció más dificultad de la esperada, por lo que llegamos ya entrada la noche. Nos sorprendió encontrarnos con un pueblito auténtico, con ritmo y apariencia de pueblo, ya que los que veníamos encontrando por el valle de Punilla se veían transformados por el turismo.

Luna llena bajo el mangruyo de Pablo
En dicho pueblo me reencontré con un gomía que hacía 10 años no veía, cuando tocábamos juntos música cubana en bares y restaurantes de Mar del Plata. El loco se había hecho una casita con ladrillos de adobe en las afueras de San Marcos, literalmente en el monte. Tenía la cocina a la intemperie, mesa, sillas, cocina, horno, heladera y bacha, todo bajo los árboles (esa zona posee un microclima, en invierno sólo hace frío de noche). El baño estaba también aparte y era seco, según habían convenido con los vecinos de la zona, poniéndose de acuerdo para no contaminar la napa con mierda. Tenía iluminación a leds alimentada con panel solar, y un calefón solar japonés que mantenía el agua a 90º, por lo que pagaba de servicios unos $20 por mes. ¡Había logrado desconectarse! Encima, apenas comía, ya que había ido a Brasil a hacer un taller llamado “Vivir de Luz”, donde lo mantuvieron 3 semanas sin probar bocado, ¡¡la primera de las cuales también sin agua!! Qué loco che, y no se murió… Dice que la mina que organizaba ese curso había pasado un embarazo sin comer… ¡pero qué bárbaro che! Es sabido que los ayunos prolongados provocan estados alterados de conciencia. Contaba que durante esas semanas tuvo regresiones a su infancia, y pudo resolver asuntos internos de su vida al encontrar sus causas.
Me llamó la atención la cantidad de insectos que nos rodeaba. Todo estaba lleno de hormigas, a cada rato nos sacudíamos un cascarudo que nos caminaba encima, un bicho rarísimo pasó caminando por el piso con otro más chico encima (es la hembra que vive cargando al macho, ¡qué bacán!) que parecía a control remoto. Habían tres tipos de víboras venenosas (no vimos ninguna), y cuando pregunté si habían alacranes, misteriosamente apareció uno caminando en dirección a mí y se quedó debajo de mi silla. Ahí acampamos durante días, pero no nos picó nadie. Después de la cena, fuimos a sacar fotos por ahí, ya que era luna llena.

Luna llena en el lecho del río San marcos

En ese pueblito vive una comunidad hippie numerosa, formando un lugar inundado de sonrisas, gente joven y buena onda. Hasta un perro nos adoptó acompañándonos a todos lados, durmiendo debajo del cubretecho, esperándonos junto a la carpa los dos días que anduvimos por el norte de la provincia, guiándonos en la espesa oscuridad de una noche (no se veía ni la mano frente a la cara) de tormenta eléctrica en la que no hubo casi lluvia pero sí una infinidad de rayos que surcaban el cielo y se bifurcaban como arañas, ¡¡¡¡nunca ví tantos!!!! Nos guiábamos por estas luces fugaces que nos encandilaban, y por la blancura del perro que apenas se distinguía en la oscuridad. Por esto le pusimos “Antorcha”, y era igual al perro de la Máscara.

Nuestro querido Antorcha

Antorcha en la Quebrada de San Marcos

Continuará...

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